Dejemos lo efímero de lado y centrémonos en lo que nunca se pueda escapar. O en lo que dure lo bastante para que creamos posible la idea de que nunca se nos va escabullir de las manos.
Como por ejemplo, esos jazmines que te regalé alguna vez y cuando se secaron, supiste guardarlos en algún que otro libro. O como esa foto que imprimí dos veces de casualidad, y terminé regalándote una voz, y regalándome una a mi (la cual llevo guardada en una caja con una tirita de una gomita para el pelo que se te cayó una vez, o con unas pulseras que me regalaste). O como esa película que vimos los dos juntos y cada vez que la veo, recuerdo sonriendo aquel momento. O como ese cuadro que te pintó mi mamá para navidad. O como Puerto Madero, o como el cine, o como el anillo que alguna vez te regalé. Esas cosas que, aunque ya no estén, siguen siendo nuestras. De ambos. Como ese perfume que aparece de vez en cuando, en algún colectivo, o en el colegio, porque alguien también lo usa. Y en ese perfume, estás vos. O como en los gestos de otras personas, o como en las palabras que usa ella, o él, en los que también estás vos. Gestos o palabras que ahora yo también uso. O canciones que escucho, y acá seguís estando. Más presente que nunca. Más ausente que nunca. Acá estás vos. En mi sonrisa por lo que vivimos, estás vos. En mi aprendizaje, también estás. En todos mis recuerdos estás.
Y al final, lo único que termina siendo efímero, lo único que viene un rato, nos molesta y se va, es el dolor.
(Y no les da una idea lo feliz que me hace poder decir eso).
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