Me gusta mirar fotos viejas. Tengo una caja llena de álbumes sobre momentos que poco recuerdo. Veo mi sonrisa, mi carita. Se me notaba feliz. Pero uno va creciendo y se va dando cuenta de las cosas. Y ese nene, con rulitos, que le gustaba jugar con soldaditos, o que odiaba la polenta, vive dentro mío. Pero hoy veo lo que viví, los momentos duros que pasé, que no sufrí en aquel entonces por no saber bien qué era lo que ocurría, por no entender, y me duelen. Todos aquellos momentos. Veo fotos con mi viejo y, ni lo recuerdo. Recuerdo lo que queda de él, pero su verdadero ser se perdió. Veo fotos con mi abuela, recuerdo cuando iba a almorzar a su casa, pero no está más. Hace ya 5 años que no la abrazo. Y es eso. Justamente eso. Cuando la tuve, no supe valorar exactamente su presencia. Y veo fotos de bebé, con mi viejo alzándome, y no lo llego a recordar. Es como si no hubiera vivido eso. Ni siquiera tuve tiempo para poder apreciar ese amor. Y veo a mi familia unida, la sonrisa de mi vieja, mis tíos, todo... Y juro que no entiendo qué fue lo que pasó para que todo gire así. Es como si hubieran dado vuelta el reloj de arena.
No estoy mal en mi presente. Gracias a ese dolor que queda, aprendí a valorar exactamente todo. Hasta las cosas menores. Porque sé con la rapidez que todo se puede ir, y no voy a dejarme repetir los mismos errores.
Solo me encantaría un día estar a solas con ese nene, ese nene de las fotos a lo cual lo único que le molestaba era no poder disfrutar de sus juguetes, y poder decirle que abrace a mi abuela y que no la suelte, y que aunque la vida sea dura y pierda cosas que nunca jamás vuelva a recuperar, que... que por favor, nunca pierda la sonrisa.

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