lunes, 29 de octubre de 2012


- ¿Se encuentra mejor? — Preguntó. - Y.. No. Tampoco tengo esperanzas de que se recupere. Es entendible. — Contesté como si no tuviera ningún nivel de preocupación, cuando en realidad el miedo me carcomía y la calma se ausentaba por un buen rato.
- ¿Pero qué tiene? No entiendo. Hace unos días se veía bien. - Supongamos que, se esmeró tanto en olvidar, que solo logró recordar cada vez más. - ¿Nada más? - Sufrió una descompostura, también. Le subieron las emociones de golpe y no bajaron. Ahora está entre la eutanasia o.. Esperar. — Se hizo un silencio eterno. O casi. Ninguno de los dos hablaba, y él acostado, fruncido, destrozado, como cualquier perdedor acostumbrado a caer derrotado. Como cualquiera que colecciona más desilusiones que alegrías. Ahí, sin respirar, con las lágrimas hasta en las palabras. Y es que la metáfora del olvido es solo eso, una metáfora. Nada se olvida. Solo hay que dejar que fluya la vida, que en algún momento, eso que te duele ahora, mañana deje de hacerlo. Pero hay quienes se apuran, como se apuró él. Y ahora está siendo rozado por una espada que lo acorrala contra la pared. 
- ¿Y qué vas a hacer? - ¿Y qué puedo hacer? Nada. Si al menos hubiera una esperanza, juro que la tomaría, aunque me lleve lo que me lleve, la usaría para al menos, terminar con esto. Pero no hay esperanzas. No queda nada. Ni siquiera los recuerdos que quería olvidar. Se perdieron. Está todo en blanco. Se esfumó hasta lo que ya se había esfumado. Ya está. — Otro silencio invadía el lugar. Se escuchó cómo una puerta se cerraba. Se vio cómo se bajaban las luces. Se sentía el aguacero de sus ojos. Los sueños se iban a dormir temprano.. ¿Qué estoy diciendo? ¡Ya ni existían los sueños! Se convirtieron en polvo que desapareció sin convicción por algún lado. 
- Vamos, ya está. — Abrió la puerta. - ¿Sabés? No hay lugar para corazones sinceros y fieles en este mundo. Se rompen, los rompen. Y al final, por miedo a que pase de nuevo, nos olvidamos de vivir y ser felices. Siempre el dolor va a vencer a la sonrisa. —
Se cerró la puerta por detrás de nosotros. La melancolía me acompañó hasta la salida, y empecé a caminar. Sin rumbo, sin objetivo, con la frente hacia abajo. Otro corazón que muere de errores. Ya sean ajenos o propios. Ya nadie cuida nada. Aunque la cobardía el abandono no son la mejor salida, quizá solo eso le quedaba.

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