Las personas son puertas. Puertas hacia el otro lado de las cosas. Algunas logran llevarte a lugares hermosos, mientras que otras, mejor no abrirlas. Pero las abrimos igual, ya sea por curiosos, por esperanza, o hasta por casualidad. Pero si hay algo que sé, es que no hay que tener miedo de abrirlas. Pase lo que pase, no hay que temer. Me fue bien, me fue mal, pero nunca dejé de entrar. Algunas veces hay que golpear, otras veces hay que entrar sin preguntar, y otras hay que esperar a que te dejen pasar. Entré y vi todo diferente. Y luego entré en otra, y vi todo más diferente aún. Son como una caja de sorpresa, y nunca sabés con qué te vas a encontrar. Nunca hay que dejar de entrar. Nunca hay que frenarse en la entrada.
Y en el momento de salir? Ahí está la trampa. Lo lindo. Lo triste. Y hasta lo difícil de entender. Ni bien entrás por una puerta, no podés salir. El por qué es fácil. Podrás pasar por otras puertas, pero nunca podrás olvidar. Y el olvido va más allá de "superar" el mal que te hace una persona. Nunca vas a poder olvidar lo que viviste, los recuerdos, los sensaciones, la manera en que viste las cosas, la forma en que pasaste hacia el otro lado, aunque haya sido el mismo, pero sentido y visto de diferente manera. Y por eso, tan solo por eso, no podés salir. Porque mientras el recuerdo perdure, la puerta seguirá ahí, cerrada. Y si un día se abre para que puedas salir, lamento decirte que sería una gran tristeza.
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